Biografía
concentrada
Y un tanto apresurada
Nací en Alcoy el 2 de diciembre de 1937. La fecha no era buena. Me he chupado enteritos los famosos cuarenta años.
Me contaron mis abuelos que sonaban las sirenas y corrían conmigo en brazos al refugio a esperar que dejaran de caer las bombas. Mi padre no me conoció hasta que cumplí un año de edad, por estar durante ese tiempo «ocupado» por tierras de Extremadura.
Mis primeros recuerdos son como la película «La prima Angélica» de Carlos Saura. Un colegio de monjas, después una escuela situada en un entresuelo de una casa en la calle San Francisco donde antes de empezar las clases se cantaban unas canciones que no entendía, y luego unos cuantos años en los Salesianos. Los estudios me iban bastante bien. Me gustaban mucho las Ciencias Naturales y me sabía los nombres de todos los huesos del cuerpo. Pero no podía con lo que podríamos llamar actividades extraescolares, y que para nada eran voluntarias; te las adjudicaban y a formar. Te vestían de monaguillo cuando menos te lo esperabas, te seleccionaban para ayudar en la ceremonia de la misa nada menos que en latín y sin tener idea ni de cuando había que tocar la campanilla. Me seleccionaron para forma parte del coro a pesar de desentonar adrede en el «casting», para decir alguna frase en obras de teatro que se desarrollaban en un mundo donde no había mujeres, para hacer de pastorcito con mi chaleco de piel de conejo y mi zurrón confeccionados por mi madre, en las representaciones del Belén. Pero lo peor era que había que confesar por lo menos una vez al año, y en esa época nos contaban unas historias horripilantes que probaban la existencia del infierno eterno, y que me hacían dormir con la cabeza tapada para que no me pillaran las almas en pena. No me gustaba el olor del incienso, pero el del confesionario me producía arcadas, y además me tenía que inventar los pecados, ya que no tenía ni idea de que era eso de los pensamientos y actos impuros.
Debido a que todo era obligatorio (misas, rosarios, sabatinas, los ensayos, las sesiones de cine o teatro, etc.), y a que se castigaba la no asistencia que era controlada con un sellito que te estampaban en un carnet, cuando mi padre me preguntó en su momento si quería continuar estudiando o ponerme a trabajar, opté por lo segundo.
Trabajaba y estudiaba contabilidad y mecanografía en una academia, pues convenía prepararse para colocarse en una oficina o un banco. Estuve un año de recadero en una tienda de regalos, otro año de dependiente en una ferretería, y a los dieciséis años, previo examen y recomendación, entré de botones en el Banco Hispano Americano. Siete años repartiendo notificaciones bancarias. Me tomaba el trabajo deportivamente y con mi uniforme de botones dorados y mi corbata negra, me recorría todos los días laborables medio Alcoy, subiendo y bajando escaleras, entrando y saliendo de todas las oficinas, o depositando los sobres en los correspondientes buzones.
Continuaba además asistiendo a la academia, arrimando el hombro en un pequeño negocio familiar (una imprenta), y encontrando tiempo para otro tipo de actividades. Me apunté al Centro Excursionista, y en las acampadas, cuando antes de irse a dormir, se cantaba y se contaban chistes alrededor del fuego, yo recitaba poemas, monólogos de alguna obra teatral, e imitaba a Gila y a Casen. Creo que lo hacía para desprenderme de mi carácter un tanto tímido. Esto me llevó a formar parte de un grupo de teatro y a actuar en festivales, Radio Alcoy, etc.
Pero además de todo esto estaba el dibujo. Siempre me ha gustado dibujar. Siendo muy pequeño lo hacía durante horas sin aburrirme. Alrededor de los diez años me gustaba copiar las ilustraciones a pluma de un libro de zoología, caricaturas, dibujos de tebeos. Más adelante, hice un curso de dibujo humorístico, me reunía con unos amigos igualmente aficionados y trabajábamos, intercambiábamos lecciones y nos animábamos mutuamente. En la imprenta familiar realicé los primeros dibujos «profesionales», consistentes en viñetas para ser impresas en bolsas de papel confeccionadas para tiendas de comestibles. Intenté, con mis amigos, hacer dibujos animados involucrando al fotógrafo Enrique Llorens, con escasos resultados. Y aquí llegó el gran descubrimiento. Nos hacía falta una base de dibujo seria, una formación académica que nos permitiría acometer con éxito cualquier actividad relacionada con el dibujo. Nos inscribimos en unas clases que se impartían en la Escuela Industrial, donde estuve tres años dibujando esculturas del natural. Cada año tuve un profesor. Recuerdo a Rafael Aracil Ruescas y a Ramón Castañer con el que comencé también a pintar. Allí me enteré de que existía la carrera de Bellas Artes. Me preparé para el examen de ingreso en la Escuela Superior de San Carlos, aprobé, pedí la excedencia en el banco y comencé los estudios en el año 1960.
Cuatro años en Valencia y uno en Barcelona por cambiar de aires. Me encontraba muy a gusto. Trabajaba intensamente en la escuela y por la noche en el Círculo de Bellas Artes. En las épocas de vacaciones pintaba en una fábrica de cuadros, con lo que me costeaba los estudios. También trabajé de modelo. Esporádicamente en Valencia y de plantilla en Barcelona. Austero, abstemio y vegetariano, necesitaba poco para vivir.
Terminados los estudios y de vuelta a Alcoy, acepté el ofrecimiento de dar clases de dibujo en cursos de bachillerato. Trabajé en la Escuela Industrial, el Centro San Roque, el Instituto de Enseñanza Media Padre Eduardo Vitoria, y también en la Escuela Municipal de Bellas Artes de reciente creación, donde di clases de pintura durante nueve años.
Y durante esos años y los siguientes, boda, bautizos, alguna primera comunión, estudié el bachillerato que no había hecho en su momento y era necesario si quería tener una plaza en propiedad, aprobé unas oposiciones que supusieron cambios de domicilio, trabajé unos trece años en el Instituto de Bachillerato de San Vicente del Raspeig, tres años en Elche, y finalmente en el Instituto Virgen del Remedio de Alicante hasta la jubilación.
Y entre tanto un divorcio, más cambios de domicilio, otra boda, trabajos de peón de albañil para construirme el estudio, y clases a un grupo de pintoras y pintores en el Ateneo de Alicante. Y todo ello procurando no dejar de pintar. Buscando momentos para plantarme delante del caballete y plasmar algo sobre un soporte. Recuerdo haber vivido siempre algo acelerado.
Por lo que al contenido de mis cuadros se refiere, pensaba al principio que la pintura tenía que tener una cierta trascendencia, y me interesé por representar la vida dura y sin horizontes de la mujer del medio rural primero y después la de la ciudad, realizando «sus labores» en casa propia y ajena. Y las viejas, culminación de una vida sin alegrías. Más adelante y tal vez como una venganza por los años de intolerancia, me puse a retratar con intención satírica a los opresores. El primero fue un retrato de Fernando VII basado en uno de Goya. Le siguieron inquisidores, dictadores, guerreros y personajes históricos o emblemáticos que han ido evolucionando en el tiempo en cuanto a las técnicas y facturas utilizadas.
Los paisajes y bodegones participaban de la intención de comunicar algún sentimiento. Trastos abandonados. inservibles, cementerios de coches, chabolas, vertederos de escombros. En un catálogo expresé: Pinto las cosas humildes. Las inservibles, arrinconadas, rotas. Lo viejo, lo despreciado, lo triste, lo gris, la angustia, el cansancio …
En la actualidad, y sin abandonar del todo los temas anteriores, pinto más por el placer de pintar, dando más importancia a la manera y menos al lema. Paisajes del entorno, bodegones compuestos con las cosas que tengo a mano, tomando como pretexto en ocasiones el hacer un homenaje a un pintor que me guste.
Y creo que continuaré pintando, aunque a veces piense que esto no sirve para nada, y que mejor sería dedicarse al descanso y no calentarse más la cabeza. Pero el problema es que no sé hacer eso. Pintar se ha convertido en una especie de droga a la que estoy enganchado y si la dejo, me entra el síndrome de abstinencia y no hay quien me aguante. Así es que como no perjudica seriamente a la salud, continuaré pintando en mi actual estudio en San Vicente del Raspeig, hasta que la muerte nos separe. Espero. Tengo la suerte, además, de que la riojana con la que estoy casado, me facilita la labor y me deja pintar todo lo que quiero. Incluso estando de vacaciones. Total, que no me puedo quejar, y espero seguir muchos años dándole a los pinceles.
Rafael Llorens Ferri falleció un 9 de noviembre de 2022 en San Vicente del Raspeig.